
por José Javaloyes
Artículo publicado en
Expansión
La resuelta incógnita sobre el paradero de Alberto Pizango, líder de Aidesep, principal organización indígena en la Amazonía peruana, tras de los choques con la policía por los atentados contra las conducciones de gas y petróleo y los cortes de carreteras en la zona donde se han producido graves acciones armadas, era interrogante que resumía las claves políticas y revolucionarias de estos turbios ataques padecidos por Perú.

Su petición de asilo político a la embajada de Nicaragua en Lima confirma las sospechas de que los graves sucesos habidos en la amazonía peruana eran imputables al desarrollo regional de la acción “indigenista” La Habana-Caracas. Nicaragua, a cuya Embajada pide asilo Pizango, pertenece, como se sabe, junto a Bolivia, Ecuador y Paraguay, a la orquesta bolivariana de Hugo Chávez.

Un balance de 22 policías y entre nueve y 32 indígenas muertos, según distintas versiones, ilustra sobre la singularidad de sucesos cuyo origen se sitúa en reclamaciones indigenistas sobre derechos propios dentro de zonas ricas en hidrocarburos, encuadrándose, además estas últimas violencias, en una constante histórica de choques militares entre el propio Perú y Ecuador, países que comparten una frontera de 1.700 kilómetros.
El último de estos conflictos hace 13 años, en 1995, por cuestiones de límites en las que se involucran actualmente disputas de recursos naturales.
En el presente caso, cuando las organizaciones indígenas peruanas han cambiado de criterio, retirando a sus hombres de las posiciones que habían tomado para el bloqueo de carreteras y ataques a las conducciones de gas y petróleo, mientras que algunas de estos grupos se han pronunciado finalmente por las vías pacíficas, de negociación, para defender sus reclamaciones ante medidas del Gobierno que supuestamente afectan a sus recursos mineros; ahora se establece la certeza de que el problema se inscribe en la proyección regional de la llamada “revolución bolivariana”.

Un proyecto de desestabilización hemisférica germinado en Venezuela, e inspirado en los nuevos postulados del castrismo.
Este ideario, como es sabido, se procesa en los “talleres” revolucionarios de la Habana, centros de indoctrinación en los que se formó el boliviano Evo Morales.
Un ideario de cambio que pone indígenas donde Lenin ponía proletarios. Es de recordar a este propósito que fueron precisamente en la Bolivia de Evo Morales, los cortes de carretera por parte de los indígenas, el reiterado y principal recurso empleado para la desestabilización política del país. Tales desórdenes llevaron al derrocamiento del Gobierno democrático de Carlos Mesa en Marzo de 2005.
El precedente es de obligada referencia ante lo sucedido en Perú, no sólo porque Alberto Pizango, recluido ahora en la Embajada nicaragüense en Lima, pudiera haberse encontrado en Bolivia o en Ecuador, tanto daba, sino porque la propia Bolivia, la nación más pobre de América –al menos en su parte andina– sea la primera donde cristalizó el proyecto chavista de revolución indigenista en América del Sur.
Disyuntiva en El Salvador
A la vista de este cuadro cobra sentido la disyuntiva a que se enfrenta el nuevo Gobierno salvadoreño del presidente Funes, entre la izquierda revolucionaria del chavismo en el espacio iberoamericano y el modelo brasileño del presidente Lula, tan expresivo de la alternativa que supone el juego de una izquierda moderada y razonable.

Ante las múltiples variantes del castrismo, y de los populismos del más distinto pelaje, también habría que anotar el sólido y autónomo discurso de la democracia chilena, tras del caos que fue el allendismo y la glaciación política del pinochetismo.
Al margen de estas contadas excepciones, a las que hay que sumar el coraje democrático de Colombia, para librar, con la ley y desde la ley, el último asalto contra el narco-terrorismo, lo que queda es la sombra expansiva de la analfabeta y chocarrera manipulación chavista de la Historia y de las agresión contra naciones como Perú, donde sus patrocinados naufragaron en las urnas, como fue el caso de Ollanta Humala; o contra Colombia, donde el perímetro geográfico del neocastrismo “bolivariano” oficia de nodriza auxiliadora de las Farc.

Un detritus de la Guerra Fría, reconvertido en industria de la cocaína. A semejanza de lo que hace Al Qaeda con la heroína de Afganistán.
Ahora, por Perú, el chavismo quiere abrir la misma historia que en Bolivia con otro indigenismo de ocasión en homenaje a su patrocinado Humala. En cualquier caso, se trata de un salto cualitativo en la desestabilización izquierdista de Suramérica, a la que se incorpora otra marioneta, peruana, que se llama Alberto y se apellida Pizango.
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