Valentin Arenas |
La fortaleza de la Iglesia -institución veinte centenaria- reside en sus valores espirituales que los mártires defendieron con sus propias vidas. ¿Cómo hacer para matar el espíritu? ¿Cuál es el sable, la pistola o la metralleta capaz de cumplir esa misión?
Es por esto que la Iglesia, que nació dentro del Imperio Romano, ha visto a través de veinte siglos subir y caer imperios que han explotado en diferentes países cual pompas de jabón en el aire.
Empezó bautizando con mártires en el circo romano a ese mismo imperio y después ha visto ascender y caer a todos los regímenes autoritarios cuyos representantes pensaron que, encarcelando y asesinado a ciudadanos, podrían permanecer para siempre en el poder.
Napoleón, Hitler, Mussolini, Perón, Pinochet, Fujimori, Pérez Jiménez, Trujillo, Batista y tantos otros. Con todo el poder en sus manos pensaban permanecer en él para siempre. No fue así. Todos por igual desconocieron la dignidad del hombre y sus derechos humanos que son su consecuencia, todos pensaron que suprimiéndoles a los ciudadanos dignos y rebeldes sus libertades o incluso su vida permanecerían en el poder para siempre, pero no fue así.
Unos antes y otros después, todos fueron derrotados por esa fuerza oculta, no mortal, del espíritu que nació para ser libre y no morir jamás, porque cuando el cuerpo desaparezca, por ley natural o por voluntad de un autócrata, ese espíritu que nació para no morir pasará a un mundo muy superior donde el Dios Creador y fundador de la Iglesia lo espera.
La conclusión es clara: embestir a la Iglesia es peor que el magnicidio: es un verdadero suicidio. La Historia así lo confirma.
Dentro de este escenario humano de vida espiritual hay que ubicar el mensaje que Alejandro Peña Esclusa le ha enviado a todos los venezolanos, sin distinguir tendencias, en la ocasión de su encarcelamiento, practicado sin causa alguna en presencia de su esposa y tres menores hijas.
Su primera declaración fue que "pueden encarcelar mi cuerpo, pero mi espíritu está ahora mas libre que nunca". Esta frase retrata a un cristiano incapaz de matar a nadie sino de abrazarlos a todos, oficialistas incluidos.
Después confirmó esto en un mensaje que se envío vía Internet titulado "La cárcel como mecanismo de liberación", cuya lectura recomendamos porque ensambla la valentía con la fraternidad. Cero odio.
¿Quién puede contra la Iglesia fundada sobre valores del espíritu y quién puede contra un ciudadano
de firmes convicciones que, aún preso injustamente, es incapaz de odiar ni a quienes ordenaron apresarlo?
Señor perdónalos que no
saben lo que hacen.
Sin duda que Venezuela está ya muy cerca de recuperar con su sistema democrático la prevalencia de la fraternidad entre todos los venezolanos que al igual que Cristo y la
Iglesia manejan un arma muy potente: El amor.
¿Idealismo? Revisen ustedes la historia y verán que es realismo de calidad
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